15 Abr 2014

La Fundación Instituto Leloir recuerda con afecto al Doctor José Manuel Olavarría


El lunes 31 de marzo falleció un gran científico, quien, además de ser muy importante en la historia de la Fundación Instituto Leloir (FIL), fue una persona muy querida y admirada por sus colegas.



El doctor José Manuel Olavarría se recibió de médico en 1952 en la Universidad de Buenos Aires. Como le interesaba la bioquímica y la biología celular, trabajó un tiempo en el grupo de la doctora Eugenia Sacerdote de Lustig en el Instituto Roffo y después en 1957 ingresó a la Fundación Campomar (antecesora de la FIL), que entonces funcionaba en una pequeña casa de la calle Julián Álvarez, en Buenos Aires.


José Manuel Olavarría El doctor José Manuel Olavarría trabajando en su laboratorio.


Sus trabajos de investigación en el campo de los hidratos de carbono adquirieron trascendencia internacional. El doctor Israel Algranati, científico de Campomar y de la FIL por más de 50 años e investigador del CONICET, recuerda que el doctor Olavarría colaboró con el doctor Luis Federico Leloir y otros investigadores destacados como Carlos Eugenio Cardini, Ranwell Caputto, Raúl Trucco, Enrico Cabib y Horacio Pontis. “Sus primeros trabajos estuvieron relacionados con la síntesis de glucógeno (azúcar de reserva) a partir de uridina-difosfato-glucosa o UDPG, el compuesto que poco antes habían descubierto Leloir y Cardini”, afirma Algranati. En 1959, fue uno de los autores, junto a Leloir, Sara Goldemberg y Héctor Carminatti, del trascendental paper que revelaba el mecanismo de la biosíntesis de glucógeno en el hígado.



Olavarría, u “Ola”, como le decían con cariño, fue una pieza valiosísima del funcionamiento del Instituto, sobre todo hasta 1970, recuerda el doctor Luis Alberto Quesada Allue, jefe del laboratorio de Bioquímica y Biología Molecular del Desarrollo de la FIL e investigador del CONICET. “Además de estar dotado de un ingenio extraordinario y de ayudar generosamente en el plano de las ideas, tenía una gran capacidad manual. Cuando había algo que no funcionaba y todavía no se contaba con personal de apoyo, muchas veces se lo veía tirado en el piso con Leloir tratando de arreglarlo”.



Hombre de múltiples intereses, Olavarría también era un apasionado por la física y las matemáticas. “Fue uno de los que introdujo la informática en el Instituto Leloir y nos dio los primeros cursos de computación”, dice Algranati. También fue un pionero de la docencia e investigación bioquímica en la Universidad Nacional de Tucumán, donde se desempeñó como profesor titular por algunos años.
Pudo explotar comercialmente las cosas que inventaba, pero no lo hizo. “Una vez armó una computadora analógica que generaba pulsos aleatorios verdaderos. Creo que Olivetti le ofreció comprar el proyecto y tenerlo de asesor, para lo cual les tenía que explicar cómo la había hecho, pero no quiso revelar los secretos de diseño”, explica Quesada.



Pocos años mas tarde, las máquinas digitales se hicieron poderosas y pudieron generar los eventos aleatorios. "Olavarría fue importante en algo todavía mas intangible: el mantenimiento de la mística, de la alegría del trabajo y de las ilusiones en una pequeña comunidad muy carente de fondos e instalaciones”, cuenta Quesada.



En los festejos, por ejemplo, era el gran organizador de asados y de empanadas. “Tenía una olla legendaria de hierro fundido donde se freían las empanadas en grasa… ¡en un rincón de la biblioteca! ¡La calentaba con un soplete!”, recuerda Quesada, entre risas.



Jorge Pinto, ingeniero electromecánico con orientación electrónica, fue entre 1977 y 1998 miembro del CONICET en la carrera de profesional de apoyo a la investigación y trabajó codo a codo con su jefe, el doctor Olavarría. “Lo conocí cuando entré a Campomar a fines de 1972.Yo estaba en ingeniería electrónica y me faltaban dos materias para recibirme. Junto a otros compañeros de la facultad, teníamos que desarrollar una computadora para simulación de modelos estocásticos que iba a ser utilizada para la simulación de sistemas enzimáticos”, recuerda. Una de las computadoras terminó siendo vendida a la Dirección de Tránsito de la ciudad para simular redes de semáforo.



Pinto recuerda: “Yo no sabia si nuestro jefe, el doctor Olavarría, era bioquímico, médico, físico o matemático. ¡Dudábamos de su profesión! Podíamos discutir con él cualquier tema referente a la computadora. Ni que hablar de sus conocimientos de historia argentina y mundial, arqueología o folklore… era un verdadero diletante.”



En todos los casos, era una persona muy cálida y alegre, dispuesta a ayudar en todo momento. El recuerdo del doctor Olavarría permanecerá vivo en el instituto.



Créditos: Bruno Geller – Agencia CyTA