02 Jun 2017

Descubren el secreto de las plantas para alargar sus raíces

Frente a la expansión de las zonas áridas o secas como consecuencia del cambio climático, un grupo de científicos de Argentina, Corea del Sur, Austria y Francia decidió enfrentar el problema de raíz. Literalmente. Los investigadores descubrieron rutas moleculares que alargan los llamados “pelos radiculares” de las plantas, lo cual posibilitaría una mejor captación de nutrientes y agua y, en definitiva, una mayor productividad.

Los autores del novedoso avance, el doctor José Manuel Estévez, jefe de laboratorio en el Instituto Leloir, e integrantes de su grupo, las licenciadas Silvina Denita-Juárez y  Eliana Marzol, y la doctora Silvina Mangano. Los autores del novedoso avance, el doctor José Manuel Estévez, jefe de laboratorio en el Instituto Leloir, e integrantes de su grupo, las licenciadas Silvina Denita-Juárez y Eliana Marzol, y la doctora Silvina Mangano.


“Cultivos como el trigo, el maíz y la soja podrían mejorar la captación de nutrientes esenciales y agua en suelos pobres en fosfatos y en períodos prolongados de sequía”.
Manipulando mecanismos biológicos identificados en el estudio, los científicos del CONICET en el Instituto Leloir lograron duplicar la longitud de los pelos radiculares, estructuras de las raíces encargadas de captar nutrientes esenciales y agua Manipulando mecanismos biológicos identificados en el estudio, los científicos del CONICET en el Instituto Leloir lograron duplicar la longitud de los pelos radiculares, estructuras de las raíces encargadas de captar nutrientes esenciales y agua


En el estudio, Estévez y sus colegas (un equipo de 15 investigadores y becarios) identificaron una conexión molecular a la que definieron como “crucial”: las hormonas auxinas, que favorecen el aumento del tamaño de las células vegetales, activan la expresión de cientos de genes aunque aproximadamente siete de ellos son claves en el control de la prolongación de los pelos radiculares.

“Si bloqueábamos esa hormona o esos genes, la longitud de los pelos radicales disminuía”, afirman las primeras autoras del avance, la doctora Silvina Mangano, y las licenciadas Silvina Denita-Juárez y Eliana Marzol, investigadoras del CONICET en el laboratorio de Estévez.

En cambio, la manipulación de esas “piezas” permitió duplicar la longitud de los pelos radiculares, dice Estévez. “Este conocimiento sienta bases para el desarrollo de estrategias que impacten en la productividad de cultivos a gran escala”, agrega el científico cuyo trabajo se inició en el IFIBYNE (centro de investigación ubicado en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA) hace aproximadamente 4 años y luego se desarrolló a partir de abril de 2015 en el IIBBA.
El estudio de los investigadores del CONICET en el Instituto Leloir sienta bases para el desarrollo de cultivos de interés agronómico que se adapten a suelos áridos. Sustancias fluorescentes permiten marcar raíces para visualizar con microscopios determinados procesos biológicos. El estudio de los investigadores del CONICET en el Instituto Leloir sienta bases para el desarrollo de cultivos de interés agronómico que se adapten a suelos áridos. Sustancias fluorescentes permiten marcar raíces para visualizar con microscopios determinados procesos biológicos.



Para realizar el experimento, los científicos combinaron el uso de herramientas genéticas junto con técnicas de microscopia avanzada y biología celular en Arabidopsis thaliana (una crucífera que se suele usar como modelo en estudios de fisiología vegetal y que comparte genes con plantas de interés agronómico).

Del avance también participaron el codirector del estudio, Hyung-T. Cho, el primer autor Hee-Seung Cho, y Yuora Hwang, de la Universidad Nacional de Seúl, Corea del Sur; Cecilia Borassi, del IIBBA; Ariel Aptekman y Alejadro Nadra, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA; María Laura Barberini y Jorge Muschietti, del INGEBI; Silvia Velásquez, de la Universidad de Recursos Naturales y de Ciencias de la Vida, en Viena, Austria; Philippe Ranocha y Christophe Dunand, de la Universidad de Toulouse, Francia.

Gran parte del estudio fue financiado con aportes del CONICET, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, la UBA y la Fundación Instituto Leloir.